Para los inversores occidentales, el sector de los semiconductores es aburrido, y sólo se entusiasman ante operaciones de consolidación. En cambio, para las autoridades chinas, esa industria es un punto débil en su deseo de alcanzar objetivos de potencia económica.
Por esto mismo, no puede decirse que la noticia de estos días sea inesperada. Pekín ha dado sobradas muestras de estar convencidos de que dotarse de capacidades propias en esa industria les permitiría superar el estadio de «fábrica del mundo», confortable pero insuficiente a sus ojos. Se entienden sus motivos: en la balanza comercial china, los semiconductores representan un déficit de 150.000 millones de dólares; el país ´consume` una tercera parte de los chips que se fabrican en el mundo, pero sólo fabrica un 12% del total.
En realidad, el cálculo anterior contiene un equívoco: la mayor parte de ese ´consumo` chino es un input que se integra en los productos industriales que China vende al resto del mundo y que llegan a los clientes finales bajo marcas no chinas. Pero aumentar la dosis de componentes de producción propia corregiría el déficit comercial.
Me refiero a la información conocida el lunes, según la cual Tsinghua Unigroup, rama inversora de la universidad Tsinghua e instrumento de la estrategia tecnológica gubernamental, prepara una oferta de compra por la empresa Micron Technology, segundo fabricante de semiconductores de Estados Unidos. En principio, el valor de la oferta sería de 23.000 millones de dólares, pero la cifra resulta baja porque, el año pasado, Micron ingresó 16.358 millones de dólares con un beneficio neto de 3.045 millones, de modo que el múltiplo distaría de ser satisfactorio para los accionistas. El inversor David Einhorn – un ´activista` que ha acumulado una buena cartera de acciones de Micron – opina que el precio mínimo aceptable sería de 40.000 millones.
La verdad verdadera es que no valdrán 23.000 ni 40.000. El gobierno de Estados Unidos, a través del órgano que supervisa las inversiones extranjeras, vetará la transacción cualquiera sea el precio: no dejará que una pieza clave de la capacidad industrial del país caiga en manos chinas. Se puede argumentar que las memorias – especialidad de Micron – no plantean problemas de seguridad equiparables a los de otras categorías, pero no vale la pena perderse por ahí: la oferta no va a colar. Esto entra en los cálculos de China, por supuesto, pero la presentación de la oferta (aún por concretarse) introduciría un factor de confrontación política. No somos nosotros – sería la réplica china – sino Estados Unidos, quien bloquea el desarrollo de relaciones económicas mutuamente beneficiosas.
Micron es uno de los cuatro grandes fabricantes de memorias de estado sólido [Samsung, SK Hynix y Seagate son los otros tres] y, entre otras virtudes, es socia de Intel en tres fábricas de última generación, una en Utah y dos en Singapur. No produce en China, por lo tanto el interés de la oferta no estaría en apropiarse de una capacidad directa de fabricación; lo que persigue es a) propiedad intelectual, b) cuota de mercado y c) experiencia industrial.
El asunto tiene muchas facetas, pero aprovecharé el espacio para señalar sólo una: de carambola, Intel podría verse en una situación incómoda si, como se prevé, la oferta fuera rechazada: tras muchos esfuerzos por seducir al gobierno chino para evitar sanciones como las que han costado caro a Qualcomm, se dejó convencer para invertir 1.500 millones de dólares en la fusión de dos fabricantes chinos de semiconductores, maniobra que fue orquestada por Tsinghua, accionista de ambos. Dando por seguro que el gobierno de Estados Unidos se opondrá a la oferta por Micron – insisto: con la que Intel está asociada – con argumentos estratégicos, no creo pecar de exceso de suspicacia si digo que pueden esperarse represalias chinas a costa de Intel.